Paz y Bien.
Cada 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María, los fieles en Jerusalén se dirigen a la gruta donde la tradición indica que nació la Madre de Dios, luego de un largo sufrimiento de sus padres.
La basílica de Santa Ana, en Jerusalén, es señalada por fuentes apócrifas y por la tradición como el lugar donde se encontraba la casa de los santos Joaquín y Ana, y donde nació la Virgen María. Como todos los años, el 8 de septiembre los frailes de la Custodia de Tierra Santa peregrinaron aquí, el día de la fiesta litúrgica de la Natividad de la Santísima Virgen María. Entre sus peculiaridades, la veneración del lugar de nacimiento de la Virgen, en la cripta, donde los celebrantes descienden en procesión cantando las letanías de los santos, antes de la bendición final.
Hoy la basílica de Santa Ana esta confiada al cuidado de los Misioneros de África (Padres Blancos).
Fray Michael Muhindo, que en su homilía invitó a redescubrir nuestra identidad. “La Natividad de María nos sugiere que cada niño que es concebido y que ha de nacer, es conocido por Dios desde siempre. María estaba predestinada a ser la Madre de Dios. Dios destina a cada niño a ser conformado según la imagen de Cristo. Por eso, la vida de todos los niños debe ser protegida. La vida de cada niño es sagrada“. Por tanto, Fray Michael exhortó a los presentes a defender la vida y a ser testimonios de paz.
La iglesia actual es de época cruzada y en tiempos de Saladino fue transformada en escuela coránica, lo que permitió su conservación. Incluso durante el dominio musulmán los frailes franciscanos de la Custodia intentaron acceder a la basílica para celebrar. A menudo entraban por una ventana en el interior de la cripta. En el siglo XV, un firmán (decreto del soberano otomano) concedió permiso a la Custodia para celebrar aquí el 8 de septiembre, Natividad de la Virgen, y el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción. Una tradición que continúa todavía hoy.
En los Evangelios no se habla mucho de la Virgen María, pero varios detalles que se conocen de ella, incluso el nombre de sus padres, Joaquín y Ana, provienen del Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II que la tradición de la Iglesia, la Custodia de Tierra Santa y el Vaticano usan como referencia.
Cuenta el pequeño libro que Joaquín y Ana no podían concebir un hijo. Al no tener descendencia, se le negó a Joaquín que entregue primero su ofrenda en el templo y se fue desconsolado a ayunar al desierto. De acuerdo al franciscano Fray Stephane Milovitcz, Responsable de bienes culturales de la Custodia de Tierra Santa, el padre de la Virgen María “era sacerdote”.
Mientras tanto Ana lloraba afligida y oraba para que el Señor se apiadara de ellos.
“Un ángel del Señor apareció, y le dijo: Ana, Ana, el Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás, y parirás, y se hablará de tu progenitura en toda la tierra. Y Ana dijo: Tan cierto como el Señor, mi Dios, vive, si yo doy a luz un hijo, sea varón, sea hembra, lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio todos los días de su vida”, describe el protoevangelio.
Luego, unos mensajeros le dijeron a Ana que a su esposo también se le había aparecido un ángel para decirle que ella concebirá un bebé. Joaquín, quien era muy rico, lleno de felicidad mandó preparar ofrendas para el Señor y fue recibido con alegría por su esposa.
“Los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María”, señala el protoevangelio.
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