El Alverna es un promontorio aislado que forma parte de una de las derivaciones montañosas de los Apeninos. En su máxima altura alcanza los 1283 metros, pero el santuario está a 1128 m. sobre el nivel del mar. Uno de sus extremos muestra las rocas al descubierto, recortadas perpendicularmente sobre el pequeño valle. Algunas de estas rocas presentan profundas hendiduras, resultado probablemente de un violento terremoto ocurrido hace muchos siglos.
Se puede decir que la historia del Monte Alverna se inicia propiamente en el siglo XIII. A comienzos de ese siglo el monte pertenecía al conde Orlando de Chiusi, del Casentino, quien lo había heredado de sus antepasados. Orlando era el terrateniente de la región y pasó a la historia más por su amistad con san Francisco que por sus dotes militares o políticas.
La amistad entre estos dos personajes tuvo su origen con ocasión de una fiesta que se celebró en el castillo de san León de Montefeltro (Romaña) en honor de un nuevo caballero. La predicación y el ejemplo de Francisco llamaron tan fuertemente la atención del conde, que después de una conversación, éste le ofreció como obsequio el Monte Alverna.
El santuario-convento está constituido por un conjunto de edificaciones de forma irregular, que ha ido creciendo en el curso de los siglos.
Y al igual que se le ocurrió escenificar el primer belén en Greccio en la navidad de 1.223, un año más tarde, estando de retiro en el monte Alverna, meditando los sufrimientos que había padecido nuestro Señor durante la pasión, sintió que las mismas cinco llagas se imprimieron en su cuerpo. Francisco moriría dos años más tarde:
“Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo de Dios, que es Cristo el Señor. No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro Francisco apareció crucificado, llevando en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos y sus pies estaban como atravesadas por clavos de una a otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de los clavos. Su costado aparecía traspasado por una lanza y a menudo sangraba.(…) Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo y proclamadlo ante todos, porque ha sido misericordioso con nosotros, y recordad a nuestro padre y hermano Francisco, para alabanza y gloria suya, porque lo ha engrandecido entre los hombres y lo ha glorificado delante de los ángeles".
(Carta de Fray Elías, anunciando la muerte de San Francisco de Asís, 3 de octubre de 1226).
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