Paz y Bien.
Cincuenta días después de la Pascua, el día de Pentecostés,
Jerusalén conmemora la efusión del Espíritu, que Jesús dio a sus discípulos
reunidos en el Cenáculo. El Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton,
presidió las celebraciones de la víspera en la iglesia de San Salvador y las
del mismo día en el Cenáculo.
La iglesia de San Salvador y el Cenáculo tienen un vínculo
especial. El Cenáculo, en el Monte Sion, fue la primera sede de la Custodia,
desde 1342, cuando los franciscanos lo recibieron como regalo de los reyes de
Nápoles. Aún hoy, el título oficial del Custodio de Tierra Santa es “Guardián
del Monte Sion y del Santo Sepulcro”. Tras ser expulsados del Cenáculo, en
1559, los franciscanos establecieron su sede en San Salvador, donde se
encuentra todavía en la actualidad. Ya en 1561, el papa Pío IV concedió a esta
iglesia las mismas indulgencias concedidas al Cenáculo: Institución de la
Eucaristía, Aparición del Señor a Tomás y Descenso del Espíritu Santo. Las
indulgencias fueron confirmadas por León XIII.
La tarde de la víspera, los frailes celebraron la misa en la iglesia de San Salvador. Esta misa toma la forma de una vigilia siguiendo el modelo de la pascual, para subrayar el profundo vínculo entre la Pascua y el día de Pentecostés, en el que se cumple todo lo prometido por Jesús: el don del Consolador, el Espíritu Santo, y el nacimiento de la Iglesia.
La primera parte de la misa estuvo caracterizada por una larga liturgia de la Palabra, con cuatro lecturas y otros tantos salmos: desde Babel al Monte Sinaí, donde el Señor se manifestó a Moisés y entregó Su ley al pueblo de Israel (eso es lo que celebran los judíos en su fiesta de Shavuot, 50 días después de Pésaj). Y luego el “valle de los huesos” descrito por el profeta Ezequiel, revividos por el Espíritu del Señor, y el anuncio de la efusión del Espíritu del profeta Joel.
La lectura del Nuevo Testamento fue la carta en la que San Pablo habla de los “gemidos inefables” con los que el Espíritu intercede por nosotros. En este pasaje se detuvo el Custodio en su homilía, en la que recordó los numerosos conflictos y las numerosas “llanuras llenas de huesos” de nuestros días, con 70 países del mundo en guerra. “El Espíritu gime, y también nosotros gemimos cuando tomamos conciencia de tanto horror”. “Pero el Espíritu transforma todo este llanto en oración sin palabras”.
Fray Patton recordó el conflicto de Gaza y rezó por la visita del Patriarca, cardenal Pierbattista Pizzaballa, - que celebró Pentecostés allí – para que sea un signo de esperanza para los cristianos que todavía permanecen en esa tierra. “Señor, envía tu Espíritu e infunde tu aliento en nosotros para que las muchas, demasiadas, llanuras llenas de huesos y de cadáveres, se conviertan en una advertencia para deponer las armas y repudiar la guerra como herramienta de resolución de conflictos. Haz que un día podamos ver a toda la humanidad reunida en una sola familia capaz de vivir en paz y fraternidad”.
En el Cenáculo, los frailes de la Custodia de Tierra Santa celebraron la misa del día (de manera privada) y las Segundas Vísperas de la solemnidad.
El Evangelio de Juan que se proclamó durante la misa está ambientado precisamente en el Cenáculo donde Jesús, durante la Última Cena, prometió a los discípulos el don del Espíritu. “Con Pentecostés se inauguró el tiempo del Espíritu, que también es el tiempo de la Iglesia” subrayó el Custodio. “Es precisamente el Espíritu quien hace posible el testimonio de la Iglesia y nuestro testimonio personal, y el que hace este testimonio comprensible, significativo e inculturado en las distintas épocas y los diferentes entornos”.
Por la tarde, los frailes se reunieron de nuevo en el Cenáculo para las Segundas Vísperas, con las que se cierra el día de Pentecostés y el tiempo de Pascua. A la entrada y durante el canto del Magnificat se incensó la sala contigua a la de la Última Cena de Jesús, donde habría descendido el Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María reunidos en oración.
Los frailes menores tienen una especial devoción por el Espíritu Santo, recordó el Custodio en su breve homilía: “San Francisco nos recuerda: ‘Por encima de todo (los frailes) deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa obra, rogarle siempre con corazón puro (…)’”. Es el Espíritu quien “nos permite comunicarnos, entra en relación y construir comunión” dijo el Custodio recordando el don de las lenguas, que invierte el desorden de Babel. Para subrayar esta universalidad, los frailes y fieles presentes rezaron la oración del Padrenuestro en todos los idiomas.
**Tomado de Custodia Terrae Sanctae.
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