Paz y Bien.
El pasado 29 de junio celebrábamos la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, dos pilares de la cristiandad, que salieron de la tierra de Jesús para anunciar el Evangelio y por este motivo fueron martirizados en Roma.
Entre los diversos lugares de la Tierra Santa vinculados a la vida de San Pedro, hay uno poco conocido: el santuario de San Pedro en Jaffa, custodiado por los franciscanos. En este lugar, donde se asentaba una nutrida comunidad de judíos que creían en Jesucristo, la tradición sitúa varios episodios del apostolado de Pedro: la resurrección de Tabita, por obra del santo (Hch 9, 31), la estancia como huésped en casa de Simón el curtidor, donde tuvo la famosa visión del lienzo que bajaba del cielo, lleno de todo tipo de animales, puros e impuros (Hch 10,15). Desde allí, Pedro, llamado por el centurión Cornelio, fue a Cesarea donde recibió a los primeros paganos en la Iglesia (Hch 10).
El convento franciscano, que se asoma al puerto de Jaffa, tiene una larga historia que empieza en 1252, cuando los frailes menores se establecieron en Jaffa, en un convento con una iglesia grandiosa, construida por Luis IX, rey de Francia, durante la séptima cruzada. En la actualidad residen siete frailes de varias nacionalidades, que se ocupan de la pastoral de las comunidades cristianas de distintos idiomas en Jaffa y sus alrededores.
Los documentos oficiales narran cómo en 1267 los franciscanos fueron expulsados del convento y hasta1520 no volvieron a tener una sede fija en Jaffa. En 1654 construyeron una casa para acoger a los peregrinos y en 1830 se reconstruyó el convento. Entre 1888 y 1895, España financió la construcción de un nuevo convento y una nueva iglesia, y a partir de ese momento el viejo solo se utilizó para albergar a los peregrinos.
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