martes, 5 de abril de 2022

Peregrinar a Tierra Santa, motivo de conversión.



Paz y Bien.

El último número del semanario católico Alfa y Omega, recoge un artículo de Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo, que resume la biografía de una mujer con una vida disoluta y desenfrenada, hasta que experimentó una profunda conversión, tras su peregrinación a Tierra Santa. Se trata de Santa María Egipcíaca, cuya memoria celebramos hace unos días. Merece la pena detenerse unos minutos y conocer su historia.

«Después de 17 años vendiendo su cuerpo, María de Egipto se unió a una peregrinación a Jerusalén para obtener más clientes, pero allí Dios se le hizo el encontradizo y cambió su vida»
No todo el mundo lo sabe, pero las mujeres que se dedican a la prostitución suelen ser muy religiosas. El que mejor conoce este secreto es Dios, y por eso Jesús dijo que ellas nos precederán en el Reino de los cielos. Una de esas mujeres que nos lleva la delantera fue santa María de Egipto, prostituta antes de ser santa. O quizás es que santa siempre lo fue…
Nació en algún lugar de Egipto, pero a los 12 años se escapó de casa de sus padres. «Renuncié a su amor y me fui a Alejandría. Me avergüenza recordar cómo allí al principio arruiné mi virginidad y luego, desenfrenada e insaciablemente, me entregué a la sensualidad», afirma María con rubor en la biografía que de ella escribió Sofronio años después.

En Alejandría pasó 17 años prostituyéndose, y no siempre por dinero, pues como ella misma reconocía, «a menudo cuando deseaban pagarme yo rechazaba el dinero. Actuaba así para hacer que tantos hombres como fuese posible tratasen de obtenerme, haciendo gratis lo que me daba placer».

Esta forma de despreciarse a sí misma y mendigar un amor tan bajo tuvo su punto de inflexión cuando escuchó hablar de una peregrinación a Jerusalén, a la que María se apuntó no por ningún motivo piadoso, sino porque vio ahí la oportunidad de beneficiarse con más clientes. Durante el viaje «frecuentemente forzaba a aquellos miserables jóvenes incluso contra su propia voluntad», reconocería María. En la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la multitud se disponía a entrar en la basílica del Santo Sepulcro cuando a María le pasó algo muy extraño: una fuerza invisible le impidió entrar.

Lo intentó varias veces, «y solo entonces, con gran dificultad, comencé a entender la razón por la cual no podía ser admitida para ver la cruz. Era mi vida sucia la que impedía mi entrada. Comencé a llorar, lamentarme y golpearme el pecho, y a suspirar desde las profundidades de mi corazón», contó. Solo después de aquello María logró entrar a la basílica junto al resto de peregrinos, y allí se postró en tierra y besó el lugar donde se clavó la cruz, dando quizá el beso más verdadero de todos los de su vida.
María no salió de allí igual que había entrado, era una mujer distinta. Cuenta ella en la biografía de Sofronio que escuchó una voz en su interior que le decía: «Si cruzas el Jordán hallarás reposo». No tenía nada que perder y así lo hizo. Salió fuera de la ciudad y descendió hacía el río. Bañarse en él y cruzarlo fue para ella su Bautismo particular. En el desierto pasó el resto de su vida, como una ermitaña, viviendo de la oración y de lo que le daba la Providencia. Solo al final de sus días se encontró con Zósimo, un monje que había salido del monasterio para vivir la Cuaresma en ayuno y oración. Vagando por el desierto se encontró con el cuerpo enjuto de María, a la que pidió que le contara su historia de salvación.

Entre las mujeres víctimas de trata es común cierto sentimiento de indignidad y el deseo de purificarse cuando se encuentran con la oportunidad de cambiar de vida. Ana Almarza, religiosa adoratriz con décadas de experiencia en el acompañamiento de estas mujeres, señala que «a nosotros se nos ha olvidado llorar por nuestros pecados, pero ellas sí que piensan en ellos y son muy conscientes de la vida que han vivido, aunque hayan entrado en ella sin culpa alguna».
Junto a ello, Almarza revela también que estas mujeres «son muy religiosas, el sentido de Dios lo tienen muy vivo, y es muy común que tengan una Biblia desgastada, o sin tapas, muy usada… porque la leen todos los días y rezan y lloran con ella».

Por eso, la adoratriz entiende bien aquello que dijo Jesús de que las prostitutas nos precederán en el cielo: «Nos llevan mucha ventaja porque han vivido una experiencia de muerte muy fuerte en sus vidas, y una resurrección también muy grande. Han puesto su vida entera en manos de Dios, y su luz pasa a través de ellas sin dificultad».

La religiosa sabe que estas mujeres «no se consideran víctimas, sino supervivientes, y la fuerza que tienen se la atribuyen a Dios. Hasta son capaces de perdonar a quienes les han hecho daño».

Después de su encuentro con Zósimo, María vivió tan solo un año más, testimoniando aquello que le dijo al monje: «Dios no desea la muerte de un pecador, sino que de forma magnánima aguarda su regreso hacia Él».





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