miércoles, 9 de agosto de 2017

"Una peregrinación a Tierra Santa se tiene que multiplicar, como los panes y los peces."

En esta “tercera entrega” compartimos con vosotros los testimonios de algunos jóvenes que participaron hace unos días en la peregrinación juvenil, del 17 al 24 de julio, acompañados por el Comisario de Tierra Santa, Fr. Luis Quintana.

“La barca detenida en el mar de Galilea, pequeñas olas la cimbrean..."

"Miras hacia la orilla y te parece ver a pescadores afanados en sus redes, sin sospechar que ellos mismos serán pescados, y que el Salvador los desenredará. El viento trae olores y rumores que sospechas Él también olió y escuchó. Los colores de los montes se te antojan milenarios, reconoces a lo lejos el Tabor e intuyes el rostro de Dios.
Y también propones hacer tres tiendas. Qué bien se está aquí. Qué bien se está en los santos lugares. Tu fe se recoloca día a día, y tu mirada sobre los evangelios se vuelve más madura, más completa, más humana. Increíble el saber y el buen hacer de Fr. Luis Quintana acompañando nuestra peregrinación. Y no hay nada más acogedor que regresar a una casa franciscana después del calor y el cansancio de la jornada y escuchar “paz y bien” de boca de algún fraile. No en vano son los custodios de Tierra Santa.”
Berta Cuadrado Mayoral
Grupo JPC (Jóvenes Profesionales Católicos – Ávila)


“La oportunidad en tus manos: cinco panes y dos peces"

"Pasaporte, libro de oraciones, sombrero, crema solar… la maleta casi hecha y el viaje que comienza. Y oyes una tímida voz que susurra entre la multitud: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces” (Jn. 6, 9). Y así te sientes tú, como aquel chico, con las manos llenas de promesas y expectativas, con los billetes de un vuelo a Tel Aviv y una semana de peregrinación a Tierra Santa por delante, pero no sabiendo muy bien si estarás a la altura, si allí encontrarás lo que buscas: una presencia, unas huellas, una voz.

Los últimos whatsapp antes de embarcar te hablan de intenciones y oraciones. Las palabras de tus familiares y amigos se agolpan en la pantalla del móvil cargadas de recomendaciones: “Ten cuidado”, “¿Has visto las noticias?”, “Está un poco revuelto todo por allí, ¿no?”, “Cuídate”. Y cargas la mochila a la espalda y sobrevuelas un Mediterráneo tan bello desde la altura, pero que guarda en sus aguas los sueños rotos de los que nunca encontrarán refugio.

Un golpe de calor húmedo te recibe, y tus ojos van de los setos de flores que rodean el aeropuerto al polvo que cubre viviendas inacabadas y carreteras llenas de un tráfico gritón y caótico. Y comienza el camino: las Eucaristías preparadas con tanto mimo, los cantos tan bien entonados y escogidos, las homilías de nuestros pastores y amigos acertando en el centro de la diana, las canciones de siempre que ahora cobran un nuevo sentido (¿seremos capaces de volver a cantar “qué alegría cuando me dijeron…” sin que el recuerdo emocionado de la visión de la muralla de Jerusalén malogre alguna nota?), los pasajes bíblicos recreados (nunca sonó más fiera la voz de Goliat provocando a David) y los pasajes evangélicos encarnados (los inocentes del Hogar del Niño Dios de Belén). Y el corazón se va llenando de momentos hasta que estalla el dique, cada uno sabe en qué instante sus aguas desbordaron: las lamparillas meciéndose sobre la Piedra de la Unción, la casa de María donde Ella decidió y la del hombre justo que la acogió, la estrella que marca el lugar donde el llanto del Niño Dios estremeció a rudos pastores y a hombres sabios, la piedra que rodó dejando a la vista un sepulcro desnudo, los tableros donde los soldados se jugaban la vida de los condenados (a tan pocos metros de donde la vida sigue valiendo poco más que un juego), los olivos que arroparon el sueño de unos discípulos cansados, la roca que recogió el llanto de un hombre angustiado, el viento sobre el mar de Galilea que levanta pequeñas olas y arrastra una canción que habla de un pescador de hombres, la ladera de un monte donde Dios mostró su rostro, sacramentos renovados junto a una tinaja donde el agua siempre se vuelve vino, o en el cauce donde el nazareno esperó su turno para recibir el Bautismo.
Donde un peregrino se estremece en la prisión que fue testigo del miedo de nuestro Señor, donde soldados y vendedores contemplan a un grupo ascendiendo la Vía Dolorosa, donde un chico vestido de negro ha perdido el sentido (¿o lo ha ganado?), donde un joven arroja una piedra que se transforma en ramo, donde las juntas de los sillares de un viejo muro recogen tantas oraciones en tantos idiomas de tantas confesiones, donde escuchas al Resucitado pronunciar tu nombre y gritas “¡Maestro!”, donde te pregunta hasta tres veces si le amas y tú recuerdas las veces que le has fallado y sientes su amor infinito, donde un hombre gritó desde una cruz y nos dio la mayor lección de amor de la historia… allí se queda un pedacito de ti.
Haces el equipaje de vuelta, y cuando llegas a casa y abres la maleta, entre la ropa sucia y arrugada, entre los regalos para esos seres queridos que tanto han estado pensando en ti y tú en ellos, ves cinco panes de cebada y dos peces que el galileo ha colado, y que han conseguido sortear los estrictos controles de seguridad. De ti depende que se puedan multiplicar, tú decides si eres un muchacho atolondrado que no sabe qué hacer con ellos, o si optas por llevar a todos los rincones el relato de tu experiencia. Él ya te ha regalado el don de ser tú mismo su propia Palabra.”
Jóvenes Profesionales Católicos (Ávila)




"Tierra Santa... Desierto y oasis; pequeñez y grandeza; historia y misterio; salvación y esclavitud..."

"Tierra de huellas de Jesús, de dulzura y amor de María; de entrega de José... de amistad, de confianza, de amor. Tierra dividida por la limitación humana; Tierra Santa bendecida por un solo Dios con varios nombres (Dios, Trinidad, Alá, Yahvé...).

Ésta semana intensa vivida allí ha sido una de las experiencias más sentimentales de mi vida; con la bendición de un gran grupo, del cual no conocía a nadie, de su sacerdote el Padre Raúl y de Fray Luis. El primer día subimos al monte Tabor y, junto a los discípulos, podríamos decir: “Qué bien se está aquí”. Y esque con Jesús, siempre se está bien. 
Junto María nos unimos al “haced lo que Él os diga” y a los principales acontecimientos de la vida de su Hijo (y todos los que no conocemos pues, como dice San Juan: muchas más cosas hizo Jesús, pero pienso que ni en el mundo cabrían todos los libros que lo contasen). 




Caminar siguiendo sus pasos y ponerle imagen, luz, color y olor al Evangelio ha sido una oportunidad maravillosa para comprender mejor la sociedad, la humanidad y la palabra de Cristo hombre entre los hombres y con ellos; con nosotros.
Ésta peregrinación marca un antes y un después en nuestras vidas que debemos forjar en nuestro día a día junto a los demás, junto a la palabra de Dios, junto a nuestros amigos y hermanos; junto a nuestro prójimo.


Gracias, Señor, por ésta enorme oportunidad de caminar por tus caminos, de contemplar la tierra que vio tus ojos y de hacerte presente en cada uno. Gracias a los franciscanos que tan cariñosamente cuidan Tierra Santa; gracias a JPC y a la vida por darme ésta bendición." Javier Piñar Real (Madrid)




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