Hoy queremos compartir con vosotros esta preciosa reflexión que, a modo de testimonio, nos ha hecho llegar un peregrino que viajó con nosotros a Tierra Santa del 1 al 10 de agosto pasado:
"Estas letras son pálido reflejo de todas esas ideas, emociones, sentimientos e inspiraciones que se han acumulado en el corazón y en el alma tras mirarte a los ojos, Tierra Santa.
Perdonad si, por un instante, me apropio de los que bullen en vuestros pechos y escribo como si todos fuéramos una sola voz, un solo corazón y una única alma.
Tierra Santa, contemplarte es sentir que Dios nos ofrece su desnuda alma y nos la entrega en estos rincones que, un día, escucharon el primer llanto del Niño Dios, se compungieron con su dolor, se empaparon de su sangre, se estremecieron con el silencio de su muerte y vieron cómo su cielo se iluminaba el día de su Resurrección.
Quisiera que esos mismos sentimientos y emociones sean los que latan en mi alma después de conocerte.
Ahora solo puedo esbozar ese inmenso mundo que tu inmensa alma ha dibujado en mi pobre corazón.
Tierra Santa, si tus piedras rezuman eternidad, deja que me lleve un poco de tu aire para que, cada día, allá donde me encuentre, yo también respire, al recordarte, la eternidad.
Tierra Santa, eternamente tuyos."
ÁNGELES EN LA TIERRA…SANTA
de divinidad que les llevaran a su encuentro.
Pero el sagrado carácter del lugar requería almas especiales, dispuestas a velar por ella con la vida y la oración,y encontró a hombres dispuestos a entregar sus almas, aunque fuera a alto precio.
¿Había algo más valioso que vivir y morir en la misma tierra en la que lo hizo el Hijo de Dios?
Almas curtidas para soportar el sacrificio.
Almas sensibles para sentir, en cada palmo de esa tierra, que Dios seguía presente.
Almas de oración, capaces de hablar con Dios al contemplar cada una de esas piedras.
Almas prestas a dar testimonio a quienes visitaran Tierra Santa.
En definitiva, Dios eligió a los franciscanos como sus ángeles de la guarda, custodios de esa parte del mundo que Él eligió como cuna, morada, tumba y tránsito al Cielo.
Esa Tierra absorbe el alma de quien la contempla con una mirada llena de fe y hasta tal punto se recrea, que olvida un pensamiento de gratitud hacia aquellos que, siglos tras siglos, han hecho
posible que aún la contemplemos.
Y son, los franciscanos, a día de hoy, aquellos pastores que adoraron, en primicia al niño Jesús.
Son aquellas anónimas personas que, un día, convivieron con José y María y hoy siguen velando por la Sagrada familia.
Siguen siendo esa Verónica y Cirineo que intentaron aliviar el dolor de Dios.
Sí, los franciscanos son esas almas elegidas que perpetúan cada segundo de la vida de nuestro Señor y nos ofrecen esa Tierra Santa para que respiremos, gracias a ellos, el dulce aroma que Cristo dejó.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mt 5,9)"
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