Publicamos este Vía Crucis, elaborado por la Custodia de Tierra Santa, invitándoos a rezarlo, particular o comunitariamente, de modo especial en estos días cuaresmales. La difusión del ejercicio del Vía Crucis está muy vinculada a la Orden Franciscana desde los inicios, pues nuestro Padre San Francisco acentuó y desarrolló grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario. Adjuntamos el pdf y también el texto íntegro en word para que se pueda ir siguiendo desde el teléfono móvil.
Vía Crucis – Vía de Fe
P:/ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
R:/ Amén.
Reflexión inicial
Queridos hermanos:
Nos hemos reunido para experimentar el Camino de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo y el viaje de fe de nuestra comunidad. Tomemos conciencia del regalo de la fe, de los desafíos que encontraremos y de nuestra necesidad de permanecer fieles y perseverar en la fe.
Nuestra celebración fomenta la conciencia de nuestra fe como comunidad. Fue en Jerusalén donde Jesucristo se sacrificó por nosotros y por todos. Fue en Jerusalén donde nació la primera comunidad cristiana. Fue de Jerusalén de donde recibimos el Evangelio y el testimonio de los apóstoles que nos permite vivir hoy nuestra fe.
Velamos con Cristo. Rezamos por la fe y la paz en nuestro país y en la tierra de Jesús: paz para todas las sociedades y para todas las personas. Paz entre las religiones del mundo. Paz entre las tres confesiones que creen en un único Dios y creen en el Dios de Abraham. ¡Que el Espíritu siembre la paz en nuestros corazones!
Primera estación: Jesús es condenado a muerte
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
“Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.” (Mt 27, 26)
“Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.” (Mt 5, 11)
Meditación
El veredicto ha sido emitido, injusto, y sin posibilidad de ser recurrido o revocado. Nadie está junto a Jesús para defenderle; el Hijo del hombre está solo. Los poderosos han decidido: este agitador será eliminado de la faz de la tierra.
Hoy, en Oriente Medio y en otras partes del mundo, los inocentes son condenados una vez más. La justicia es pisoteada cuando hombres y mujeres son abatidos simplemente por ponerse en pie y pronunciarse. ¿Quién escucha sus voces?
En cuanto a nosotros, en nuestras comunidades y nuestra forma de vida, ¿tendemos también nosotros a condenar y rechazar a los que piensan de forma diferente? ¿A los que amenazan nuestros intereses? ¿A los que parece que rompen las reglas? Ha llegado la hora de que estemos menos con Pilato y más con Jesús.
Oración
Señor Jesús, te hemos sentenciado a morir en una cruz. Nuestros actos de cobardía, nuestros miedos y nuestro rechazo han tenido la última palabra. Ten piedad de nosotros mientras recorres este camino de sufrimiento. Llévanos contigo y condúcenos al Padre que sigue siendo nuestra verdadera justicia. Amén.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Segunda estación: Jesús carga con la cruz
“Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).” (Jn 19, 17)
“Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará»” (Mc 8,34-35)
Meditación
Como cristianos, todos luchamos. Cada uno de nosotros tiene sus luchas diarias, incluso en nuestra vida de fe. Para unos, creer es una lucha. Para otros, la lucha es con algún vicio en particular. Para algunos, la lucha es obedecer la voluntad de Dios que habla a través de la Iglesia. No importa cuál sea el origen de estas luchas, como discípulos, esta es la realidad que debemos afrontar.
La cruz es una invitación a la libertad. Jesús, al cargar con la cruz, nos invita a unirnos a él cargando nuestra cruz. ¿Cuál es nuestra recompensa? ¡La libertad! La libertad llega cuando entramos en comunión vibrante, dinámica y dadora de vida con Jesús. Hoy tenemos la oportunidad de recomenzar, de decir de nuevo “sí” a Jesús, de decidir tomar nuestra cruz y seguirle. La cruz es nuestra fuente de libertad.
Nuestro “sí” incondicional a la Cruz aumenta nuestra libertad en Cristo.
Oración
Jesús, venimos a ti para darte nuestro “Sí”. Te pedimos perdón por todas las veces que hemos rechazado la cruz. Pedimos perdón por rechazar tu invitación a seguirte. Con humildad, te pedimos que seas el centro de nuestra vida. Enséñanos a cargar con nuestra cruz para que podamos vivir tu libertad durante toda nuestra vida. Amén.
“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.” (Is 53, 4)
“Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil.” (Mt 26, 41)
Meditación
Cuando Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, experimentó el ayuno y el hambre. Pudo resistir la tentación al reconocer que el verdadero pan es Dios y su Palabra.
Como discípulos de Jesús, hay veces en que se nos hace creer que nuestra hambre se sacia solo con pan material. Pero una y otra vez, de esas falsas esperanzas surge la desilusión. Rápidamente, la amargura se asienta cuando, olvidándonos de Dios, buscamos la vida fácil solo en el pan material e invitamos a otros a hacer lo mismo.
La Palabra de Dios revela lo que de verdad está en juego. Señala la dirección que debemos tomar. No solo debemos levantarnos después de caer, sino que, aún más importante, debemos profundizar en nuestra fe y estar atentos con mayor discernimiento.
Oración
Señor Jesús, que tu presencia y tu palabra inspiren nuestra vigilia y nuestra oración, cuando llegue el momento de tomar decisiones y ser firmes. Amén.
“Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma.” (Lc 2, 34-35)
“Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».” (Mc 3, 34-35)
Meditación
Mientras Jesús es llevado al Lugar de la Calavera, hacia su muerte, alcanza a ver a su madre. Cuando María ve el sufrimiento de su Hijo, sus ojos se encuentran. ¿Qué pensamientos deben haber inundado sus mentes? Para María, ¿quizá recuerdos de la visitación del Ángel, del nacimiento de Jesús y de su vida de niño? Justo en ese momento, la multitud separa a madre e hijo. Aunque su instinto maternal es salvar a su hijo y darle consuelo, solo puede mirar.
¿Parece extraño, incluso absurdo? No, porque su sufrimiento y muerte tienen un propósito mayor. Jesús sufrió, y María lo aceptó, por amor; un amor que da vida incluso ante la muerte. La vida de Jesús se derramó por amor a ti y a mí.
Oración
Te damos gracias, Jesús, por soportar un sufrimiento tan intenso. Te damos gracias por unirte a tu madre en su gran angustia, todo por amor a nosotros. Amén.
“Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.” (Lc 23, 26)
“No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán.” (Jn 15,20)
Meditación
En su camino hacia el Gólgota, un gran número de personas siguió a Jesús, pero Simón de Cirene no era uno de ellos. El Evangelio menciona que Simón volvía del campo. Posiblemente, nunca antes había oído hablar de Jesús. Los soldados romanos le forzaron a llevar la cruz contra su voluntad, pero él la cargó para ayudar a Jesús.
Los que nos llamamos seguidores de Jesús debemos recordar constantemente que seguir a Jesús es vivir de acuerdo a sus mandamientos. Nuestro amor por nuestros semejantes es auténtico si les ayudamos a llevar sus cruces.
Oración
Jesús, nos doblamos bajo el peso de nuestras propias cruces y puede que no veamos los sufrimientos insoportables de los que nos rodean. Danos el valor y la fuerza para ayudar a aquellos cuyas necesidades son mayores que las nuestras. Amén.
Sexta estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús
“Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.” (Is 53, 2-3)
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.” (Jn 15, 1-2)
Meditación
La Verónica, al limpiar el rostro del Cristo sufriente, mostró un gran valor. Su actuación es más que un pequeño gesto; es un acto de solidaridad.
Vivir con Cristo es tener el valor y la sabiduría de hacer lo correcto todos los días. Incluso si la multitud que nos rodea piensa de forma diferente y, desde el punto de vista humano, parece arriesgado. Hoy estamos llamados a responder con valentía. La oportunidad para hacer lo correcto puede no presentarse de nuevo.
Oración
Jesús, en tu gran humildad permitiste que la Verónica limpiase tu rostro. Mantén nuestros ojos abiertos para que podamos ver tu imagen en el rostro de cada persona con la que nos encontremos. Ayúdanos a vivir nuestras vidas con rectitud, para que no tengamos que esconder el rostro en tu presencia. Amén.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez
“Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.” (Is 53, 5)
“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… que no he venido a llamar a justos sino a pecadores.” (Mt 9, 12-13)
Meditación
En el desierto, Jesús rechazó cualquier poder que pudiera venir a través de la mentira. Aceptó adorar a Dios y su santa voluntad. En muchas de nuestras pruebas como cristianos, somos seducidos por las apariencias y atrapados por falsos ídolos. Nuestras heridas personales, y nuestras heridas como comunidad, revelan lo que hay en nuestros corazones. Nuestros fracasos hablan con elocuencia de nuestro mal juicio. Nuestras ofensas muestran cómo nos enredamos en trampas que creamos nosotros mismos.
Nuestras falsas opiniones sobre Dios y la humanidad son desafiadas cuando permanecemos fieles a Jesús y sus enseñanzas. Su mirada amorosa, llena de compasión sanadora, nos afianza firmemente en la auténtica fe. Nunca es demasiado tarde para renovar nuestra confianza y partir de nuevo hacia el destino final.
Oración
Señor Jesús, los ídolos de nuestro tiempo nos atraen. Que seamos conducidos a la verdadera adoración y veneración a través de tu fe en el Padre y tu confianza en su voluntad. Amén.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
“Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos… porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»”. (Lc 23, 27-28, 31)
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mt 5, 7)
Meditación
Estas hijas de Jerusalén quizá eran amigas o incluso discípulas de Jesús. Pero no compartían la profunda relación de María con su hijo Jesús, y por eso lloraban. También podían llorar porque el Maestro había curado a sus familias o perdonado sus pecados y culpas, que tanto les pesaban. Ahora debía morir.
Esta muerte les arrebataría la persona que más apreciaban. No podían aceptarlo. Sin embargo, ahora más que nunca, Jesús les ofrece esperanza. Él muestra su divinidad con términos velados. Él es el leño verde que el fuego no puede abrasar, al igual que la muerte no puede destruirlo. Su viaje significa dar su vida a los demás por amor, amor por ti y por mí.
Oración
Te damos gracias, Jesús, por tomar este sufrimiento sobre ti mismo y dar esperanza a esas mujeres y a cada uno de nosotros. Todo por amor hacia nosotros. Amén
Novena estación: Jesús cae por tercera vez
“Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.” (Is 53, 6)
“Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.” (Lc 15, 7)
Meditación
Jesús desenmascaró al tentador en la azotea del Templo. Así aprendimos a discernir el mal en nuestras pruebas. No es fácil negarse a manipular a Dios. Debemos también aprender a alejarnos de esas piedras en las que podemos tropezar y herirnos. “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.” (Lc 14, 27)
Estamos llamados a ser hijos de Dios, viviendo como hermanos y hermanas, humildes y sencillos. Podemos tener fe, y podemos cambiar, a pesar de todas nuestras contradicciones, dudas y obstinación. Todo lo que tenemos que hacer es ser fieles y obedientes al Evangelio, individualmente y como comunidad. Este es el regalo que estamos invitados a aceptar, una y otra vez.
Oración
Señor Jesús, que tu absoluta confianza en la bondad y la presencia del Padre nos ilumine y nos dé valor. Amén.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
“Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».” (Jn 19, 23-24)
“Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.” (Mt 25, 35-36)
Meditación
Después de colocarle un manto púrpura sobre los hombros, los soldados despojan a Jesús del último signo visible de dignidad humana. Se convirtió en un animal conducido al matadero; una persona pobre y sin hogar que ha perdido toda seña de identidad y debe rogar para ser reconocido.
Jesús nos dice hoy: estuve desnudo y me vestisteis. Era irreconocible y me recibisteis como uno de los vuestros. Tuve hambre y sed de ser parte de vuestra comunidad y me recibisteis entre vosotros.
Oración
Padre, haz que seamos una comunidad de discípulos con corazón generoso. Ayúdanos, a través de tu Hijo, a destruir las falsas ilusiones y los muros que impiden que hombres y mujeres recuperen su verdadera dignidad. Amén.
“Y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucifican y se reparten sus ropas.” (Mc 15, 23-24)
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.” (Jn 3, 14-15)
Meditación
Jesús es atado en la cruz, atado a este instrumento de dolor e infamia. Junto con tantas generaciones de discípulos antes que nosotros, intentamos no ver el sufrimiento. Sin embargo, es en él donde podemos encontrar paz y consuelo para toda la angustia humana. En él reside el poder de desatar las cadenas de la muerte y el mal.
En ti, el Crucificado, encontramos la fuerza para confesar nuestros pecados, la alegría de ser perdonados y la fuerza para perdonar a quienes nos han hecho daño.
Oración
Padre, ayúdanos mientras nos esforzamos por liberarnos de actividades vanas y apegos falsos. Que tu perdón descienda sobre nosotros, para que podamos seguir con determinación el camino de la libertad que tu Hijo abrió para nosotros con su obediencia, incluso hasta la muerte en la Cruz. Amén.
“Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró.” (Lc 23, 44-46)
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.” (Jn 15, 13)
Meditación
En el desierto, el adversario de Jesús era Satanás. En su agonía y los estertores de la muerte, Jesús pelea con Dios. Para Jesús, parecía que había sido encerrado y abandonado por el Padre. Experimentó el silencio de Dios que aflige a tantos discípulos cuando sufren tremendas pruebas o se enfrentan al momento de la muerte.
La victoria de Jesús es la nuestra. Es la victoria de poder decir de una vez: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Los discípulos aprenden con Jesús a mantener entera e intacta la misteriosa comunión que nos une con el Padre. Incluso cuando nos sentimos abandonados, debemos aferrarnos a Dios y al mismo tiempo perdonar a los demás cuando muestran el interior de sus corazones y la profundidad de sus pecados.
Oración
Padre, al recibir el aliento de muerte de tu Hijo, ya bendices la ofrenda de nuestra muerte y nuestra vida. Ayúdanos a conocerte de verdad y a descubrir nuestro verdadero ser. Amén
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz
“Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.” (Jn 19, 38)
“Pues si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria, en la del Padre y en la de los ángeles santos.” (Lc 9, 26)
Meditación
Es doloroso imaginarnos en este momento, mirando el cuerpo muerto de Jesús mientras es bajado de la cruz. La cruz es triunfante. Es el camino hacia nuestra salvación. Entonces, ¿por qué Jesús está muerto?
¡Murió para abrirnos las puertas a una vida abundante, hoy y para toda la eternidad! Hemos tomado conciencia de cómo nuestros pecados, nuestras elecciones deliberadas contra la voluntad de Dios, nos llevan a la separación y la distancia de Dios.
Dios Padre, en su amor incondicional por nosotros, no nos dejó sin esperanza. Envió a Jesús, su único Hijo, a nuestro mundo como completamente humano y completamente Dios, para que podamos experimentar la libertad de estar con Jesús. La muerte de Jesús nos trae libertad. Nos robamos a nosotros mismos cuando decidimos no seguir a Cristo en nuestra vida.
Oración
Jesús, queremos conocerte más. Escuchamos las palabras que describen nuestra “necesidad” de ti, pero no siempre estamos seguros de lo que significan. Jesús, muéstranos cómo te necesitamos. Creemos en ti, Jesús. Creemos en tu plan para nosotros. Jesús, ayúdanos a conocerte más y enséñanos a seguirte cada día. Amén.
Decimocuarta estación: Jesús es sepultado
“Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.” (Jn 19, 41-42)
“En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.” (Jn 12, 24)
Meditación
El final del camino: una tumba oscura excavada en el olvido de la tierra. El grano de trigo está muerto, enterrado, escondido a nuestros ojos. ¿Qué ha sido de las promesas de Jesús? “Yo soy la vida”, dijo repetidamente. Pero, ¿dónde está ahora su vida?
En Oriente Medio, en la actualidad los cristianos mueren por su fe. Otros deben marcharse al exilio, desarraigados de la tierra de sus antepasados. Comunidades enteras están amenazadas de perderse en la noche oscura de la historia. ¿Están estos cristianos en nuestros pensamientos y en nuestras oraciones?
En España y en todo el mundo, la Iglesia ha experimentado sufrimiento y oscuridad. Pero ¿no sigue la Iglesia los pasos de nuestro Maestro? Dios actúa en la noche de la tierra y de nuestras vidas; el hará todas las cosas nuevas otra vez. ¿Creemos esto?
Oración
Señor Jesús, ¿dónde te has marchado, Dios de la promesa? ¿Dónde estamos nosotros, que te dedicamos tan poco pensamiento y apoyo? Ahora es la hora de la oscuridad, el momento del silencio y la ausencia. Señor, mantén viva en nosotros la llama de la fe, mientras velamos y esperamos la luz de tu amanecer. Amén.
ORACIÓN FINAL
Señor del cielo y la tierra, Creador de la familia humana, te rogamos por los fieles de todas las religiones. Que busquen tu voluntad en la oración y la pureza de corazón; que te adoren y alaben tu santo nombre. Guíales para que encuentren en ti la fuerza para superar el miedo y la desconfianza, para que crezcan en amistad, y vivan juntos en armonía.
Padre misericordioso, que todos los creyentes descubran el valor de perdonarse unos a otros, para que las heridas del pasado sean curadas y ya no exista excusa para más sufrimiento en el presente. Que esto se cumpla especialmente en Tierra Santa, la tierra que has bendecido con tantos signos de tu Providencia y donde te revelaste como el Dios del Amor.
A la Madre de Jesús, la bienaventurada siempre Virgen María, confiamos a los hombres y mujeres que viven en la tierra donde vivió Jesús. Siguiendo su ejemplo, que escuchen la palabra de Dios y sientan respeto y compasión por los demás, especialmente por los que son diferentes a ellos.
¡Que todos sean inspirados para lograr la unidad de corazones y mentes, trabajando por un mundo que sea un verdadero hogar para todos sus pueblos!
(Papa Juan Pablo II, durante su visita a
los Altos del Golán, Siria, 7 de mayo de 2001)
Comisaría de Tierra Santa.
Provincia de la Inmaculada Concepción
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