En este nuestro mundo occidental individualista, consumista, materialista, pragmático…las creencias religiosas, la fe en Dios y las manifestaciones externas de ella, como puede ser el culto público, han pasado a un segundo plano. No están de moda. Hace ya varias décadas que ser judío, cristiano, musulmán o budista importa muy poco. Nadie se pregunta por la fe del otro y, menos aún, por la propia fe. Por ello las manifestaciones externas de religiosidad están en trance de desaparición.
Esta realidad ocurre con todas las religiones y, de modo especial, con el catolicismo. La incultura religiosa del “teórico” católico es flagrante. Casi nadie sabe, ni le importa, qué es el tiempo de Cuaresma y, menos aún, el de Adviento o el de Pascua. La Navidad, la Semana Santa… se han convertido en pequeños periodos vacacionales, de descanso y disfrute, sin apenas contenido religioso. Una religión que pide reflexión, sacrificio, altruismo, encuentro con Dios en la intimidad o en la relación con nuestros semejantes carece de interés, porque no aporta beneficio tangible al que la practica. Una religión que invita a la persona a salir de sí mismo y poner su eje de atención en el otro parece fuera de toda realidad.
Para el mundo musulmán la oración de los viernes, en las mezquitas o en las casas particulares, es una expresión viva de fe a la que se suman la gran mayoría de los creyentes y la celebración del Ramadán, con el ayuno riguroso, es una práctica mayoritaria que quiere transmitir la idea de nuestra pertenencia a Dios y el deber de caridad con los hermanos.
El pueblo judío manifiesta su fe como comunidad y como familia congregándose para la oración en el Muro Occidental del templo al caer la tarde del viernes, que es el comienzo del Shabat. Con mayor frecuencia se reúnen en las sinagogas. No son menos importantes las celebraciones religiosas de las grandes festividades de acción de gracias a Dios por los favores recibidos, por los frutos de la tierra, por el perdón o por el recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto.
La separación histórica tan marcada, a veces hasta el enfrentamiento, entre católicos, ortodoxos, protestantes… que hemos vivido en Occidente, en Tierra Santa apenas se ha dado. Si, en otros tiempos, hubo algún tipo de diferencia, hoy prevalece el entendimiento y el diálogo, de modo especial, entre los cristianos de base más que entre la jerarquía. Un ejemplo de ello es la escolarización en nuestros colegios de la Custodia Franciscana. En ellos conviven y se forman cristianos de las diferentes confesiones y ritos y también musulmanes.
Fr. Pedro González, ofm
Comisario de Tierra Santa
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