El desierto siempre nos evoca un lugar falto de vida, agua y vegetación. Pero en Tierra Santa, en esta primavera a punto de finalizar, enmarcada por las duras circunstancias de la pandemia del covid-19, el desierto ha ofrecido una imagen especialmente exuberante que nos hace reflexionar sobre las palabras proféticas, llenas de consuelo y esperanza del profeta Isaías:
“En aquellos días, cuando se derrame sobre nosotros un aliento de lo alto, el desierto será un vergel, el vergel parecerá una selva; en el desierto morará la justicia, y en el vergel habitará el derecho; la obra de la justicia será la paz, la acción del derecho, la calma y la tranquilidad perpetuas. Mi pueblo habitará en dehesas de paz, en moradas tranquilas, en mansiones sosegadas.” Is 32, 15ss:
“El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano la belleza del Carmelo y del Sarión.” Is 35, 1ss
Incluso en este lugar, donde aparentemente es imposible que surja la vida, brotan las flores, "probando con hechos" las antiguas profecías inspiradas en este espectáculo de la naturaleza, que nos recuerdan la fuerza de Dios en la sequedad del desierto y en los momentos más duros de la vida, y al contemplar la belleza de la creación, hacemos nuestras las palabras de San Francisco:
“...y por la hermana tierra que es toda bendición,
la hermana madre tierra que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color
y nos sustenta y rige, ¡loado mi Señor!”
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