miércoles, 22 de agosto de 2018

Si me olvido de ti, Jerusalén…Tierra Santa: El viaje de tu vida.




Paz y Bien.

De nuevo os traemos el testimonio de una peregrina que ha estado el pasado mes de julio visitando la Tierra del Señor con un grupo guiado por nuestro hermano Fr. Juan Pedro Ortega, OFM. Muchas gracias, Sonia, por haber querido compartir con todos tu experiencia. Que el Señor te bendiga y te guarde.  


Empecé esta peregrinación con el deseo de que, como anunciaba su programa, se convirtiera en el viaje de mi vida. Después de haber regresado, y dejando reposar unos días todo lo que allí viví, puedo decir sin duda alguna que así ha sido. Un viaje donde, además de la distancia y km recorridos, uno anda, sobre todo, “hacia adentro”, hacia el interior.

Un viaje que, por otro lado, como punto de partida y origen de nuestra FE, da un mayor sentido a nuestra VIDA, la que Él quiso rescatar y devolvernos en aquel mismo lugar.

     Es cierto que uno va con muchas expectativas y tratando de encontrar a Jesús y a Nuestra Madre en cada lugar Santo, en cada ciudad y territorio de esta tierra escogida por Dios; sin embargo, una vez allí (al menos yo), descubrimos y sentimos con mayor fuerza que todos aquellos lugares recomponen nuestra historia de fe, dan sentido a cada uno de los pasajes Bíblicos que meditamos a diario y ayudan mucho a la hora de recrear y entender el contexto pero, realmente, donde verdaderamente podemos encontrarle y sentir su presencia, también en Tierra Santa, es en la EUCARISTÍA. Jesús ha querido quedarse para SIEMPRE, está VIVO y habita entre nosotros. Y allí yo le sentí muy cerca, dentro de mi…

     Por eso puedo decir que, aunque emocionada y enamorada de cada lugar que pisamos y visitamos (el lugar de la Anunciación, la casa de la Sagrada Familia en Belén, los lugares por donde pasó en su vida pública como Cafarnaún o Tiberíades, el lugar de la crucifixión y Santo sepulcro en Jerusalén…) fue realmente en “La Palabra” y en la Eucaristía de cada uno de esos lugares donde me pude encontrar íntimamente con Jesús y vivir con Él cada uno de sus misterios. Le pude “ver” niño, recién nacido, en los brazos
de su Madre; jugueteando y corriendo por la pequeñita casa de Nazaret mientras María tendía la ropa y San José se afanaba en la carpintería; le descubrí joven y robusto cruzando el mar de Galilea con sus apóstoles, predicando la Palabra de Dios y hablándoles de su Reino. También enseñando en la sinagoga de Cafarnaún y en casa de Pedro; bautizándose en el río Jordán; en el Monte Horeb, en el Tabor, permitiéndome saborear mejor las Bienaventuranzas y haciéndome partícipe de su Gloriosa transfiguración… Le vi, por último, en sus últimos momentos, orando en el huerto de los olivos, perdonando todas nuestras culpas (pasadas, presentes y futuras) y entregándonos con un AMOR infinito, su propia VIDA.

    Han sido 8 intensos días donde poder disfrutar, reír, llorar…y experimentar todo tipo de emociones con un grupo de hermanos que ya, desde el principio, Dios había pensado y soñado unir. Siempre se ha dicho que los lazos que estrecha Dios son fuertes
e irrompibles y cada día que pasa, estoy más convencida de ello. Todos y cada uno de nosotros pudimos experimentar ese sentimiento real de UNIDAD, de pertenencia… Sentíamos formar parte, de alguna manera, de ese pueblo elegido por Dios; apóstoles y amigos de Jesús. Nos sentimos, y más aún después de la peregrinación, hermanos en la FE. Doy gracias a Dios por cada conversación compartida, por cada mirada de complicidad, por cada oración hecha desde el corazón, por cada palabra de ternura y ánimo y, sobre todo, por haber podido ver el rostro de Jesús, esos días, a través de cada uno de ellos…
     A la vuelta, todos te preguntan con qué lugar te quedarías. Cada uno de ellos han dejado en mi una huella imborrable pero si tuviera que escoger uno (como nos invitó a hacer nuestro querido Fray Juan Pedro la última noche), diría BELÉN. Una vez más, falló mi razón; iba dispuesta a sentirle de una manera especial en Galilea, Cafarnaún o Jerusalén; de adulto y en su vida pública…Y me lo encontré niño, recién nacido. Fue en una pequeñita cueva, donde probablemente se les apareció a los pastores, donde experimenté en mi corazón ese mismo anuncio. Me sentí pequeña, humilde, siendo invitada a adorar al niño Dios para retomar de nuevo mi trabajo, mis obligaciones y mi día a día, con la alegría del ENCUENTRO. Sentí, además, que el niño Dios, ternura y calidez, me invitaba a hacer de mi vida, una imitación de la de los pastores. Me pasó un poco como al profeta Elías, que buscaba a Dios en el huracán, en el terremoto y en el rayo y, sin embargo, lo encontró en la suave brisa… Así se me presentó Dios en Tierra Santa: en lo más íntimo de mi ser, en lo sencillo, ordinario..., en lo sutil. 

     Ahora, después de la peregrinación, solo puedo dar gracias a Dios. Primero, por “cumplir el deseo de mi corazón y dar éxito a mis planes “(Sal 20,5) y segundo, por cada una de las personas que han hecho que, verdaderamente, esta peregrinación se haya convertido en el viaje de mi VIDA.

Gracias Juan Pedro por haber sido rostro visible de Jesús, sus manos, su boca, sus pies, su corazón…Gracias por guiar, como Buen Pastor, al redil y a cada una de las ovejas que Dios te encomendó… Gracias a cada uno de los franciscanos que custodiáis Tierra Santa y acompañáis con oraciones a cada uno de los peregrinos. Gracias, de corazón, por tanto…
Como dijo San Ignacio a San Javier en su despedida: “Te emplazo para la gloria, que para los dos la espero, por la bondad del Señor, que no por méritos nuestros. Mientras tanto, porque no nos separemos, llévame en tu corazón, que en mi corazón te llevo”.

¡Nos vemos en la Eucaristía y cuando Dios tenga previsto para cada un@, en el cielo!”

Sonia Gramage Gironés (Ontinyent, Valencia)

1 comentario:

  1. A mí me pasó lo mismo he visto los lugares santos que para mí ha sido toda una experiencia pero la palabra la eucaristía en aquellos lugares santos ha sido un reencuentro con Jesús y con su madre María de una manera más cercana he comprendido las cosas mucho mejor y me he venido llena de ese Espíritu Santo que me llena y me hace amar más a Dios

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