viernes, 14 de agosto de 2020

Solemnidad de la Asunción de la Virgen en Jerusalén


Paz y Bien.

El 15 de agosto es fiesta grande para todo el orbe católico, que en este día celebra con gozo la Asunción de la Santísima Virgen María. Valga recordar los miles de pueblos y ciudades de todo el mundo que festejan en esta fecha a María como su Patrona bajo infinidad de hermosas advocaciones, fruto del cariño por su Madre de muchas generaciones de cristianos. Pero es en la Ciudad Santa de Jerusalén, testigo permanente de la Redención de Jesucristo, donde este acontecimiento adquiere una mayor relevancia.

«Hija de Sión, alégrate porque el Señor está en ti, Salvador y Rey» Za 2, 14
“La Escritura ha observado un silencio total sobre el final de María a causa de la grandeza del prodigio, para no confundir el espíritu de los hombres”. Así se expresa san Epifanio en su Panarion (78.10-11.23). Pero si la Escritura se muestra silenciosa, la Tradición, en lo que a Ella atañe, ha sido abundante y, algunas veces, contradictoria. Incluso hoy, a algunos peregrinos de Jerusalén les cuesta distinguir el lugar de la Dormición de la Virgen, en el Monte Sión, y el de la Tumba de María, en el Torrente Cedrón, 
Abadía de la Dormición, en el Monte Sión:

Según la tradición recogida por el apócrifo “Dormitio Virginis”, la Virgen murió en el Monte Sión y fue enterrada en el Torrente Cedrón. La iglesia conocida como “Agia Sión”, ubicada muy cerca del Cenáculo, en su nave norte, recordaba la Dormición de María. San Sofronio de Jerusalén (s. VI) se refiere a“la piedra donde la Virgen se recostó para morir”. En lo que fue la basílica cruzada había una edícula que contenía esta inscripción: “Exaltata est sancta Dei Genitrix super choros angelorum” (la santa Madre de Dios ha sido exaltada sobre los coros de los ángeles), para recordar el tránsito de María. La actual basílica (1906), de planta circular, y la abadía, están a cargo de una comunidad de monjes benedictinos.
Tumba de la Virgen María, en el Valle del Cedrón:

La tradición jerosolimitana ha colocado siempre el sepulcro de la Virgen en el torrente Cedrón, según los relatos apócrifos “Dormitio Virginis” y “Tránsitus Mariae”, de los siglos II y III, que recogen la tradición apostólica de la vida de María en Jerusalén, de su enterramiento en ese lugar y de su gloriosa Asunción. La Tumba de María, excavada en la roca, fue transformada en santuario por el emperador Teodosio el Grande, aislando la cámara sepulcral a semejanza del Santo Sepulcro. En el siglo VI el emperador Mauricio edificó aquí una iglesia en honor de la Virgen, dejando el sepulcro como cripta; esta es destruida por los persas, y luego los cruzados la reedificaron conservando la disposición de la cripta, levantando la “Basílica de Santa María en el Valle de Josafat”.  Saladino la destruyó cuando conquistó Jerusalén, en 1187, pero respetó la cripta en honor de “La Señora María, Madre del Profeta Jesús”. Este santuario estuvo en manos franciscanas hasta el siglo XVIII, pero ahora es atendido por griegos y armenios ortodoxos, y sigue siendo uno de los más venerados por las comunidades cristianas.
En Jerusalén las celebraciones suelen estar presididas por el Custodio de Tierra Santa, comenzando con una vigilia de oración la víspera de la fiesta, en el jardín situado frente a la entrada de la basílica de Getsemaní. 
El día 15, la solemne Eucaristía de la fiesta tiene lugar en la Basílica de La Agonía, conocida también como “de las Naciones”, en Getsemaní, y por la tarde, en la Gruta de los Apóstoles, se celebran las segundas vísperas, seguidas por la peregrinación a la Tumba de María. Este último lugar es propiedad de los griegos ortodoxos pero, como varios otros lugares, por el “Status Quo”, se puede visitar oficialmente una vez al año, el día de la festividad.
San Buenaventura dice de San Francisco: “Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser Ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber alcanzado nosotros misericordia mediante Ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos” (LM 9,3). A Ella nos seguimos encomendando en estos duros tiempos que nos está tocando vivir a causa de la pandemia, provocada por el covid-19, confiando en su maternal protección, y le presentamos de modo particular al querido pueblo libanés que sufre además las trágicas consecuencias dimanadas de la devastadora explosión ocurrida en el puerto de Beirut el pasado 4 de agosto.
Feliz fiesta de la Asunción de María. 
Que el Señor os dé la Paz.

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