miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL NIÑO DE BELÉN





La popular imagen del Niño Jesús es portada en procesión hasta el Santo Pesebre en la Nochebuena y, tras la Epifanía, vuelve al altar de la Virgen en la iglesia de Santa Catalina. La talla fue encargada por fray Gabino Montoro, ofm, en 1920, a la Casa “Viuda de Reixach” de Barcelona y fue realizada por el artista Francisco Rogés. Éste es también el autor de la imagen del Niño en el trono que es llevada en procesión por el Custodio en la fiesta de Epifanía. Las dos imágenes son de madera de cedro. Se prepararon varios modelos, entre los que fue elegido éste con las manos juntas. 



Con todo, la tradición de la imagen del Niño Jesús de Belén es mucho más antigua, como lo demuestra la crónica editada por fray Jerónimo Golubovich en su “Biblioteca Bio-bibliográfica de Tierra Santa”. Allí se narra un curioso episodio de la desaparición de la imagen: “De cómo el Pachá de Jerusalén arrebató a los frailes una imagen de madera del Niño Jesús con el fin de obtener dinero”.“Llegadas que hubieron el tres de junio a Belén casi todas esas naciones cismáticas para celebrar no sé qué fiesta suya, se llegaron hasta nuestro convento para visitar los santuarios e iglesias. 


Permanecían en nuestra sacristía admirando una bellísima escultura del Niño, la que nuestros frailes suelen poner en la noche de la Navidad del Señor en el Santo Pesebre, preguntando a quién representaba. Un monje griego les respondió que aquel era el Dios de los idólatras francos y que, si los ministros turcos se lo quitasen, se quedarían sin Dios.


Pasada como una hora entró en nuestra iglesia de Santa Catalina el pachá. Encontrándose él allí con toda su corte, ordenó que le fuese llevado el Niño, porque quería verlo. Habiéndolo tenido un buen rato con mucho gusto entre sus manos, lo restituyó a nuestro intérprete, sin decir ninguna otra cosa. Cuando, por la tarde, estaban en nuestra iglesia grande (donde suelen residir y pernoctar tales personajes grandes) discutiendo de todo esto, le dijeron que había hecho muy mal en devolver el Niño, puesto que, si lo hubiese tomado y retenido, los francos se habrían visto obligados a rescatarlo pagando un buen millar de piastras, ya que ellos lo tienen por Hijo de Dios y así lo adoran. Estimando el pachá que podría sacar provecho en esta ocasión, mandó rápidamente a su intérprete a por el Niño, con la promesa de no extraviarlo o dañarlo de ninguna manera. De forma que, con esta vana esperanza, se lo llevó a su casa en Jerusalén.


El padre guardián, cuando fue avisado de todo esto, permaneció inalterado, sin rechistar ni hacer mención alguna. Pasados tres meses y viendo que los frailes no le dirigían ninguna reclamación, el pachá convocó a nuestro intérprete para decirle que se maravillaba mucho de que los francos tuviesen a su Dios en tan poca estima. El intérprete le respondió que a quien los francos adoran es al Dios Uno y Trino que está en el cielo, que aquel Niño representaba solamente al Hijo de Dios en carne humana, al cual ponían los frailes en la noche de su Natividad en aquel Santo Pesebre para representar el misterio de su nacimiento. El pachá le respondió que sabía muy bien que aquel era su real y verdadero Dios, pero que, por no hacer un gran dispendio en su rescate, trataban de tergiversar las cosas de aquella manera. Concluyó el pachá proponiéndole que, de todas formas, puesto que él no quería ya tenerlo en su casa, mandaría que se lo llevasen a Belén con muy buena cortesía. Y, entregándoselo en sus manos, le dijo que le diera al menos cien piastras. Después de muchos alegatos, se contentó finalmente con dos vestidos de seda y dos paños bordados. Alabado sea Jesucristo. Amén.”(T.S. 1969, p. 378) 
Queda, pues, patente que la tradición de la representación del Niño es muy antigua y está ligada a la devoción que ya Francisco de Asís y sus frailes contribuyeron a divulgar y difundir. Está documentado el envío de algunas imágenes del Niño desde Tierra Santa a Italia en 1414, costumbre que prosigue hasta nuestros días. También hoy, en efecto, no sólo los franciscanos, sino los mismos peregrinos, gustan llevarse a casa, como recuerdo del lugar santo de la Natividad, la imagen del Niño Jesús.

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