Paz y Bien.
Os dejamos el testimonio de un grupo de peregrinos de la delegación de Tierra Santa de Barcelona:
Tierra Santa es la Tierra de Jesús, la tierra que vio nacer, crecer, predicar, morir y resucitar al Hijo de Dios. Es la geografía de la salvación, los lugares que fueron testigos del origen de nuestra fe.
Paz y Bien.
Os dejamos el testimonio de un grupo de peregrinos de la delegación de Tierra Santa de Barcelona:
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El Alverna es un promontorio aislado que forma parte de una de las derivaciones montañosas de los Apeninos. En su máxima altura alcanza los 1283 metros, pero el santuario está a 1128 m. sobre el nivel del mar. Uno de sus extremos muestra las rocas al descubierto, recortadas perpendicularmente sobre el pequeño valle. Algunas de estas rocas presentan profundas hendiduras, resultado probablemente de un violento terremoto ocurrido hace muchos siglos.
Se puede decir que la historia del Monte Alverna se inicia propiamente en el siglo XIII. A comienzos de ese siglo el monte pertenecía al conde Orlando de Chiusi, del Casentino, quien lo había heredado de sus antepasados. Orlando era el terrateniente de la región y pasó a la historia más por su amistad con san Francisco que por sus dotes militares o políticas.
La amistad entre estos dos personajes tuvo su origen con ocasión de una fiesta que se celebró en el castillo de san León de Montefeltro (Romaña) en honor de un nuevo caballero. La predicación y el ejemplo de Francisco llamaron tan fuertemente la atención del conde, que después de una conversación, éste le ofreció como obsequio el Monte Alverna.
El santuario-convento está constituido por un conjunto de edificaciones de forma irregular, que ha ido creciendo en el curso de los siglos.
Y al igual que se le ocurrió escenificar el primer belén en Greccio en la navidad de 1.223, un año más tarde, estando de retiro en el monte Alverna, meditando los sufrimientos que había padecido nuestro Señor durante la pasión, sintió que las mismas cinco llagas se imprimieron en su cuerpo. Francisco moriría dos años más tarde:
“Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo de Dios, que es Cristo el Señor. No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro Francisco apareció crucificado, llevando en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos y sus pies estaban como atravesadas por clavos de una a otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de los clavos. Su costado aparecía traspasado por una lanza y a menudo sangraba.(…) Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo y proclamadlo ante todos, porque ha sido misericordioso con nosotros, y recordad a nuestro padre y hermano Francisco, para alabanza y gloria suya, porque lo ha engrandecido entre los hombres y lo ha glorificado delante de los ángeles".
(Carta de Fray Elías, anunciando la muerte de San Francisco de Asís, 3 de octubre de 1226).
Cada 15 de septiembre, un día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia Católica conmemora a Nuestra Señora de los Dolores. Como toda buena madre, María está al lado de sus hijos en todo momento, más cuando estos sufren.
De muchas maneras, la sucesión de ambas efemérides -la Exaltación de la Cruz y Nuestra Señora de los Dolores- es una invitación a meditar en torno al misterio del dolor que unió las vidas de Jesús y de María para redención del género humano.
Meditar en los dolores de nuestra Madre nos ayuda a comprender mejor el sacrificio de Cristo, a acercarnos más a su Santísimo Corazón, y a dejarnos transformar por su amor sacrificial.
Poder acercarnos a María en sus horas difíciles es la oportunidad por excelencia para compadecernos de Ella y acompañarla como buenos hijos. Más aún si somos conscientes de que sigue sufriendo a causa de nuestros pecados. Dios quiere que consolemos a su Madre.
Su dolor nos puede animar a orar por todas las madres que sufren, especialmente, por todas las madres que, aquí como en el resto del mundo dominado por injusticias y guerras, al igual que María se enfrentan a la agonía por la muerte de sus hijos.
«En esta fiesta de la Dolorosa, en este lugar del Calvario, único en el mundo, llevamos en nuestros corazones y en nuestra oración el dolor y el lamento de tantas mujeres que en esta tierra, como en el resto del mundo, han perdido a sus hijos, en guerras o conflictos absurdos: pongámonos al pie de la cruz para invocar a Dios Padre que vuelva la paz sobre la tierra y que la celebración de María Dolorosa nos ayude a comprender el gran regalo que hemos recibido de la cruz de Jesús».
Ante el dolor más desgarrador que puede existir, la muerte de un hijo, hay algo intenso, profundísimo. «Pero este hijo suyo salvará a los hombres, dará a los hombres un “vino nuevo”, les dará su Espíritu. Y entonces María debe aceptar perder a su hijo por amor a los hombres. En cierto modo, se puede decir que en este momento María está viviendo su maternidad más profunda, porque es madre de Cristo y ahora se convierte en madre de todo el cuerpo de Cristo, de la Iglesia, es decir, de todos los cristianos».
La devoción a la Virgen de los Dolores -también conocida como la Virgen de la Amargura, la Virgen de la Piedad o, simplemente, como la “Dolorosa”- viene desde muy antiguo. Esta puede remontarse incluso hasta los orígenes de la Iglesia, allí cuando los cristianos recordaban los dolores del Señor, siempre asociados a los de su Madre María, como consta en la Escritura.
Sin embargo, es necesario precisar que la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, Mater Dolorosa, cobra forma e impulso recién a finales del siglo XI. Décadas después, hacia 1239, en la diócesis de Florencia, los Servitas (Orden de frailes Siervos de María) fueron los primeros en destinar un día especial para conmemorar a la Virgen en su sufrimiento.
El escogido fue el 15 de septiembre, día que quedaría oficializado a inicios del siglo XIX (1814) por el Papa Pío VII, quien le concedió el rango de fiesta.
Además, la Madre de Dios prometió -también a través de Santa Brígida- que concedería siete gracias a aquellos que la honren y acompañen rezando diariamente siete avemarías mientras meditan en sus lágrimas y dolores.
Por su parte, San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) cuenta que Jesucristo le reveló a Santa Isabel de Hungría que Él concedería cuatro gracias a los devotos de los dolores de su Santísima Madre.
Petición
¡Nuestra Señora de los Dolores, ruega por nosotros!
Madre, déjanos acompañarte en tu dolor y alivia con tu ternura los nuestros.
Déjanos estar a tu lado, Madre dolorosa!
Y que tu Hijo santifique el dolor que hoy nos embarga.
Paz y Bien.
La fiesta que celebramos hoy se relaciona con un gran evento para la vida de la Iglesia. En el tiempo en que los cristianos eran perseguidos, el rey Constantino, mientras se preparaba para enfrentar a su enemigo Macendio y entrar a Roma, vio en el cielo la señal de la Cruz Dadora de Vida en la que se leía esta frase: “con esta señal vencerás”. Y es así que decidió adoptarla como símbolo para su ejército.
Como sabemos, Constantino triunfó y fue coronado nuevo Emperador. En el vigésimo aniversario de su reinado, Constantino envió un grupo encabezado por su madre, Santa Elena, a Tierra Santa para que buscaran el mismo madero de la Cruz en la que había sido puesto nuestro Señor. Llegando a Tierra Santa, el grupo averiguó que, según lo dicho entre la gente, la Cruz había sido enterrada bajo el templo de Venus, construido por el emperador Adriano en el siglo II después de Cristo. Iniciaron, pues, las excavaciones hasta que encontraron no una sino tres cruces. Elena, perpleja ante aquel acontecimiento, se preguntaba cuál sería la Cruz de Cristo.
Mientras esto ocurría, cerca de allí pasaba una marcha fúnebre. El obispo de Jerusalén, llamado Macario, se aproximó a la caravana pidiendo que se detuvieran. Ordenó que se llevaran las tres cruces y que se tocara al cadáver con estas, una por una. En cuanto una de las tres tocó al difunto, volvió a la vida inmediatamente. Cuando todos vieron esto no hubo más que preguntar: la Cruz de Cristo había sido encontrada.
Macario, entonces, levantó la Cruz con ambas manos bendiciendo al pueblo que exclamó a una sola voz: Señor ten piedad. Desde entonces los padres decidieron que el 14 de septiembre (27 septiembre según el Calendario Gregoriano o civil) fuera la fecha para festejar la exaltación de la preciosa y vivificadora Cruz en todas las iglesias. Casi 300 años después, en el 614, el rey persa Quisro conquistó Jerusalén y una de las cosas que hizo fue apoderarse de la Cruz, y llevarla a su capital llamada “Al-madáen”. Allí estuvo 14 años hasta que fue recuperada por el rey Heráclito.
Celebramos esta fiesta no solo por haber encontrado el madero de la santa Cruz, ni solo su elevación o su recuperación, sino también por lo que se hizo por medio del madero: por la Cruz “vino la alegría a todo el mundo”, y por ella el Señor ha elevado “la naturaleza caída de Adán”. Por el madero se cumplió la voluntad divina.
Así cantamos en las vísperas de la fiesta: ¡Venid, naciones todas, adoremos el Madero Bendito, por medio del cual, la justicia eterna fue realizada! Porque, por la Cruz, aquél que por un madero engañó a Adán nuestro primer padre, ha sido engañado; y aquél que, por la tiranía se apoderó de la criatura dotada por Dios con la dignidad real, ha sido derrocado, precipitándose con una caída espantosa. Y por la sangre de Dios el veneno de la serpiente fue lavado; y la maldición de la justa condenación fue resuelta, cuando el Justo fue condenado injustamente. Porque fue conveniente que el Madero sanase al madero y que, por la Pasión del Impasible, se desvanecieran los sufrimientos de aquél condenado por causa de un árbol. ¡Gloria a Tu Dispensación Temible para con nosotros, Cristo Rey! Por la cual nos salvaste a todos, porque eres Bondadoso y Amante de la humanidad.
¡FELIZ FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ!
Paz y Bien.
Cada 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María, los fieles en Jerusalén se dirigen a la gruta donde la tradición indica que nació la Madre de Dios, luego de un largo sufrimiento de sus padres.
La basílica de Santa Ana, en Jerusalén, es señalada por fuentes apócrifas y por la tradición como el lugar donde se encontraba la casa de los santos Joaquín y Ana, y donde nació la Virgen María. Como todos los años, el 8 de septiembre los frailes de la Custodia de Tierra Santa peregrinaron aquí, el día de la fiesta litúrgica de la Natividad de la Santísima Virgen María. Entre sus peculiaridades, la veneración del lugar de nacimiento de la Virgen, en la cripta, donde los celebrantes descienden en procesión cantando las letanías de los santos, antes de la bendición final.
Hoy la basílica de Santa Ana esta confiada al cuidado de los Misioneros de África (Padres Blancos).
Fray Michael Muhindo, que en su homilía invitó a redescubrir nuestra identidad. “La Natividad de María nos sugiere que cada niño que es concebido y que ha de nacer, es conocido por Dios desde siempre. María estaba predestinada a ser la Madre de Dios. Dios destina a cada niño a ser conformado según la imagen de Cristo. Por eso, la vida de todos los niños debe ser protegida. La vida de cada niño es sagrada“. Por tanto, Fray Michael exhortó a los presentes a defender la vida y a ser testimonios de paz.
La iglesia actual es de época cruzada y en tiempos de Saladino fue transformada en escuela coránica, lo que permitió su conservación. Incluso durante el dominio musulmán los frailes franciscanos de la Custodia intentaron acceder a la basílica para celebrar. A menudo entraban por una ventana en el interior de la cripta. En el siglo XV, un firmán (decreto del soberano otomano) concedió permiso a la Custodia para celebrar aquí el 8 de septiembre, Natividad de la Virgen, y el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción. Una tradición que continúa todavía hoy.
En los Evangelios no se habla mucho de la Virgen María, pero varios detalles que se conocen de ella, incluso el nombre de sus padres, Joaquín y Ana, provienen del Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II que la tradición de la Iglesia, la Custodia de Tierra Santa y el Vaticano usan como referencia.
Cuenta el pequeño libro que Joaquín y Ana no podían concebir un hijo. Al no tener descendencia, se le negó a Joaquín que entregue primero su ofrenda en el templo y se fue desconsolado a ayunar al desierto. De acuerdo al franciscano Fray Stephane Milovitcz, Responsable de bienes culturales de la Custodia de Tierra Santa, el padre de la Virgen María “era sacerdote”.
Mientras tanto Ana lloraba afligida y oraba para que el Señor se apiadara de ellos.
“Un ángel del Señor apareció, y le dijo: Ana, Ana, el Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás, y parirás, y se hablará de tu progenitura en toda la tierra. Y Ana dijo: Tan cierto como el Señor, mi Dios, vive, si yo doy a luz un hijo, sea varón, sea hembra, lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio todos los días de su vida”, describe el protoevangelio.
Luego, unos mensajeros le dijeron a Ana que a su esposo también se le había aparecido un ángel para decirle que ella concebirá un bebé. Joaquín, quien era muy rico, lleno de felicidad mandó preparar ofrendas para el Señor y fue recibido con alegría por su esposa.
“Los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María”, señala el protoevangelio.